sábado, 2 de enero de 2016

PABLO, HACE FRÍO


 
Carlos Eduardo Saa

 
Nada más embriagador para la mente que la nostalgia. Los hombres vivimos aferrados a la añoranza como a una pared en un intento a veces vano de  derrumbarnos en la soledad, en la angustia. Algo así me decía el poeta Andrés Sabella, caminando por una playa de arenas tibias en Antofagasta. Ignoro qué  tan cierto este suspiro de Sabella. Casi en la misma época, Horacio Eloy sentenciaba algo parecido una fría tarde de otoño en un viejo café en la Quinta Normal, con Rolando Cárdenas, Matilde Ladrón de Guevara (quien me decía primo, por ser ella escritora y periodista) y otros contertulios.
 
Yo, muchacho flaco, nortino soñador. Me aferraba a aquellas charlas y sentencias; citas de otros grandes como Pablo Neruda, Huidobro, Gabriela, Lautaro Yankas.
 
Los encuentros con escritores, sobre todo con los poetas, tienen algo de sublime y de abyecto. No me pidan que explique esa contradicción, no me introduzcan en los laberintos de lo incomprensible. “No te fatigues buscando la verdad. Vive de lo posible en arte y en la vida”, y yo miraba a Neruda como a un dios oceánico. Ya en sus casas de Isla Negra, Santiago o Valparaíso, su palabra profunda y algo bonachona, por qué no cínica, me calentaba el entendimiento.
 
“En una noche como ésta vi las palabras de mis poemas de amor”. La noche en Isla Negra era oscura, silente, la escaza luminosidad venía de las estrellas reflejadas en la mar y de la anémica luz de las casas vecinas y lejanas.
 
“Al golpe de la ola contra la piedra indócil
la claridad estalla y establece su rosa
y el círculo del mar se reduce a un racimo
a una sola gota de sal azul que cae” 

Estalla la voz cavernal, como un relámpago en la penumbra. Se ríe y me toca el hombro. “Mañana”, le digo. “Sí, “Mañana”, contesta sin mirarme, con los ojos clavados en una ola que rompe contra la dura costa, dibujando un línea blanca que desaparece en la distancia.

Si observamos los recuerdos vemos que mucho se pierde en los años, pero que lo sobreviviente es valioso. “Ñoñerías”, me diría en Angelmó el poeta chilote Renato Cárdenas, quizás por  verdad, quizás por ebriedad, pues el curanto nos había exigido chicha de manzana  en cantidades no recomendables. Mas mis añoranzas me son caras, profundas. 

“La escuela de sal abrió las puertas
voló toda la luz
golpeando el cielo”… 

“¿Recuerdas?” 

“Sí, recuerdo. Es de tu obra La ola, contesto con cierto orgullo de sabedor. Neruda nada dice, pero sé que está satisfecho.  Caminamos, se sienta en una roca frente a su casa y queda en silencio. Veo su figura recortada por la tenue luz lunar y noto que su boina le confiere en esta hora mayor dignidad. Me sonrío y pienso que estoy difariando.  

“Pablo, hace frío”, le digo tras una media hora de silencio. Entramos, él prepara el mate como si fuera un rito oriental, lento, como adorando la calabacita, la hierba, la tetera. 

Sorbemos el líquido alegrado con pisco, y el sonido que producimos en cada chupada es como un diálogo con el poeta y yo, un decirnos misterios que ambos conocemos de la selva sureña, pero que él penetra hasta abismos que yo no alcanzo. 

“Emerge tu recuerdo de la noche en que estoy.
El río anuda al mar su lamento obstinado”…

…nos leyó un mediodía en Valparaíso. Con Francisco Velasco y su esposa quedamos en silencio, sabedores que Neruda no esperaba comentarios  sobre “La canción desesperada”, que empezaba a recitar muy serio, como si estuviera solo y lejano. De pronto se río a carcajadas y nos invitó  al vino caliente con naranja. Yo, en un momento, tras varios brindis jocosos, me atrevía a recitar

“Amo Valparaíso, cuanto encierras,
y cuanto irradias, novia del océano, hasta más lejos de tu nimbo sordo”.

La tertulia continuó con nuevos brindis y libaciones, con risas y exclamaciones, recuerdos y anécdotas. De madrugada bajé el cerro con el frío golpeándome el rostro.  

Años más tarde, tras la muerte del poeta, caminé por la playa frente a su casa. El silencio ayudaba a la memoria. No sé si por el recuerdo de su trato cordial o por algo que no entendí, no me sentí sólo. Otras olas en las rompientes rememoraban aquellas de antaño.  En un momento recordé otra noche, cuando a Neruda le dije “Pablo, hace frío”.  Una lágrima me calentó el alma. 

Cerro Barón
18/09/ 2008

 

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